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La escritura en el antiguo Egipto: «Palabras del dios»

May 2001

Publicado en la revista Enigmas en el año 2001.

Puedes saber más cosas sobre la piedra de Rosetta en este vídeo de mi canal Dentro de la pirámide.

El carácter sagrado y mágico de los ideogramas egipcios es una particularidad que no ha repetido ningún otro pueblo de la Antigüedad. Los egipcios los llamaban Medu Necher, que viene a querer decir “Palabras (venidas) del Dios”; una prueba clara del origen cósmico de su escritura.
Cuentan los textos más antiguos del Egipto faraónico que esta civilización fue fundada por una serie de dioses que descendieron del cielo en la mítica tierra del Punt. Cada uno traía consigo un presente para los habitantes del Valle del Nilo. Osiris trajo la agricultura y la civilización. Por su parte, la diosa Isis aportó el increíble poder de la magia. Ptah regaló la palabra creadora. Pero de entre lo regalos más preciados había uno que tenía la virtud de aglutinar a todos los demás: la escritura. Ésta vino de la mano del dios Thot, divinidad representada por los antiguos egipcios con cuerpo humano y cabeza de ibis, el ave de pico curvo que solía abundar en los marjales del sur del país.
Esta cosmogonía, escrita sobre milenarios papiros y archivada en las bibliotecas sagradas de los templos de Egipto, fuera de las miradas indiscretas de los no iniciados, confería una carácter especialmente sagrado a la escritura. Curiosamente, este rasgo fue parcialmente entendido miles de años después por los griegos, quienes denominaron a la escritura que empleaban los egipcios con el término “jeroglífica”.

Medu Necher: “Palabras del Dios”

escritura02-nacho_aresLas palabras “hierós” y “glifos” hacían alusión, de una manera muy literal, al sentido sagrado que se suponía en la escritura de los egipcios y a una forma muy determinada de realizarla: se pensaba erróneamente que estos signos sólo eran utilizados para escribir sobre superficies duras, es decir piedra y madera. Fue Clemente de Alejandría (150-215 d. C.) quien en sus Stromatai mencionó este término por primera vez (Clem. Al. Strom. 5, 4, 20, 3.). Esta obra tiene de característico la inclusión de un pasaje en el que encontramos la primera clasificación textual de los diferentes tipos de escritura jeroglífica. El alejandrino distingue tres modelos: en primer lugar la escritura epistolográfica empleada para las cartas; un segundo estilo llamado hierático, que él identifica con las letras sagradas de los sacerdotes, y finalmente un modelo jeroglífico, que se sirve de algunos fundamentos de sus antecesoras.
Bien es cierto que el inefable viajero e historiador de Halicarnaso, Heródoto, en el siglo V antes de Cristo ya propuso una primera clasificación (Hdt. 2, 36). No obstante, hay que admitir que la agrupación de Clemente de Alejandría es más aproximada a la realidad que la de su antecesor Heródoto, quien únicamente habla de dos tipos diferentes de letra.

Nace una civilización

El comienzo de la escritura jeroglífica hunde sus raíces tras el denso velo que cubre de misterios el origen de esta civilización. A pesar de que hace apenas un par de años un grupo de egiptólogos descubrió en la región de Abydos lo que a todas luces parecían ser las primeras trazas de escritura, no solamente descubierta en Egipto sino en todo el planeta, todavía no sabemos cómo surgió, prácticamente de la noche a la mañana, una escritura tan complicada y a la vez tan desarrollada. A raíz de los últimos hallazgos arqueológicos, los investigadores sospechan que los primeros destellos de la presencia de la escritura se debían a breves transacciones comerciales por las cuales algunos productos eran etiquetados de una forma muy simple con unos pocos signos empleados como referencia, ya a finales del Cuarto Milenio antes de nuestra Era.
escritura03-nacho_aresSin embargo, y he ahí el misterio, todavía nadie ha podido explicar cómo pudieron los antiguos egipcios en muy pocas generaciones elaborar un complicadísimo y completísimo sistema de escritura; sistema que, por cierto, salvo mínimas modificaciones se mantuvo vigente durante casi 4.000 años. Poco tiempo después de los hallazgos descubiertos en Abydos nos encontramos en el recinto del faraón Zoser (2.600 a.C.) en la región de Sakkara, al sur de El Cairo, testimonios escritos que evidencian un amplio desarrollo en lo que a las cuestiones gramaticales se refiere. ¿Cómo pudieron desarrollar un sistema de escritura tan preciso en tan poco tiempo?
Seguramente, algo tuvo que ver en todo este embrollo la figura de un genio. Me estoy refiriendo al sabio Imhotep. Visir, arquitecto, médico, astrónomo y un largo etcétera de títulos a cargo del faraón Zoser, hicieron de este personaje de cuna humilde uno de los pocos mortales egipcios que con el paso de los siglos fue divinizado. La tradición le supone el arquitecto y diseñador de la primera pirámide egipcia: la pirámide escalonada de Sakkara en la cual se hizo enterrar su Señor, Zoser. Además, los escribas, antes de comenzar a redactar cualquier documento, realizaban una libación en honor de este misterioso personaje cuya tumba, todavía ignorada, es la meta de muchos egiptólogos. Quizás en su interior podamos encontrar las claves que nos ayuden a resolver el misterio de la escritura jeroglífica.
Una tradición egipcia relacionada con Imhotep cuenta de qué manera este sabio extraordinario recibió un día del cielo un libro mágico. Imhotep entre otros cargos desempeñaba el de “Portador de lo que el cielo trae”. ¿Incluían las claves de la escritura ese misterioso libro que el sabio egipcio recibió de las propias manos de los dioses celestes? ¿Se encontrará en su tumba, cuando ésta aparezca, una copia de este enigmático libro sagrado de los dioses?
Poco después del reinado de Zoser, no tardarían en aparecer sobre las paredes de algunas pirámides los conocidos Textos de las Pirámides; recopilación de fórmulas mágicas que precedieron en el tiempo a lo que a la postre sería el popular Libro de los Muertos, el cual acompañaba a todas las momias en su viaje por el Inframundo hasta alcanzar el reino de Osiris en el Más Allá.
Como ya hemos anunciado, el mismo sistema ideográfico, sin apenas modificaciones, se mantuvo vigente en el valle del Nilo hasta finales del siglo IV d. C. Sobre los muros del templo de Isis en la isla de Filae se registró la última inscripción jeroglífica conocida. Corría el año 394. Poco antes, el emperador Justiniano había mandado cerrar los pocos templos “paganos” que quedaban en Egipto. Con este decreto no solamente se daba cerrojazo a una cultura que durante cuatro milenios había brillado con todo su esplendor en el Próximo Oriente, sino con las claves de una escritura que no se recuperarían hasta bien entrado el siglo XIX (ver La Historia Bastarda en este mismo número de Enigmas).

Magia de las palabras…

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Otra de las cosmogonías más importantes de Egipto era la que relacionaba al dios de Menfis, Ptah, con el momento de la creación. La labor de este extraño dios momiforme de color azul, también tenía su conexión con todo lo relacionado con el mundo de la escritura y en especial la palabra. Se decía que Ptah había creado el mundo con el simple hecho de pronunciar el nombre sagrado de las cosas. Una idea prácticamente idéntica a la sentencia “y el Verbo se hizo Carne” de nuestra tradición judeocristiana. Y es que, para los antiguos egipcios el concepto de creación de una cosa a través de mencionar la palabra identificada con esa cosa iba más allá, consiguiéndose el mismo efecto mágico al escribir el nombre de esa cosa. De esta manera, hay que tener en cuenta que igual que se crea pronunciando y escribiendo, el poder de la magia también podía tornarse negativo y destruir empleando los mismo sistemas.
Por ejemplo, entre los relieves del segundo nivel del templo de la reina Hatshepsut en Deir el Bahari (Luxor), hay unas extrañas raspaduras que cubren las imágenes de esta reina y los textos que la acompañan. No es otra cosa que la damnatio memoriae de los egipcios. Esta expresión de origen latino que por extensión se ha utilizado para culturas anteriores a la romana, viene a significar algo así como “condena de la memoria”, es decir, la supresión total del recuerdo que tiene la comunidad de una persona en concreto, en este caso la reina Hatshepsut. Por esta sentencia, eran borrados de los monumentos públicos y religiosos, los nombres de aquellas personas que por ciertas razones resultaran non gratas para el Estado. De esta manera, se les hacía desaparecer de la memoria pública, creyendo así que también su espíritu, por ese factor mágico que entrañaba la escritura jeroglífica y las representaciones artísticas, también desaparecería para la eternidad; en definitiva, el mayor castigo que se podía infringir a una persona: el olvido eterno.
Los casos más conocidos de damnatio memoriae en el antiguo Egipto son los de la mencionada reina Hatshepsut, el del faraón hereje Amenofis IV, Akhenatón, y de su posible hijo, el famoso Tutankhamón. Los nombres de estos reyes fueron borrados incluso de las listas reales más importantes de la época y olvidados para siempre por los propios egipcios.

Magia de los símbolos

Es sabido que en el antiguo Egipto prácticamente nadie sabía leer y escribir. Este detalle hacía que los iniciados en este insólito arte ideográfico fueran personas que contaban con un poder extraordinario, no solamente por lo que implicaba desde el punto de vista del conocimiento, sino también, por toda su relación con el mundo de la magia.
Este aspecto mágico de los jeroglíficos ha hecho posible que contemos con verdaderas anécdotas relacionadas con sus ideogramas. Por ejemplo, no es extraño encontrarse con la representación del ideograma el sonido “f”, una víbora cornuda del desierto, con la cabeza separada del cuerpo. La razón es muy sencilla. No se trata de un error del escriba o del artista que ha grabado sobre la pared de la tumba ese signo, sino que se separaba la cabeza por miedo a que, una vez cerrado el sepulcro, el venenoso reptil cobrara vida y pudiera atacar al difunto allí enterrado. De igual manera, los artistas egipcios realizaban juegos de imágenes muy espectaculares con la combinación de varios elementos jeroglíficos. Con ello conseguían “juegos de palabras o ideogramas” al confeccionar la escultura de un faraón, por ejemplo, a partir de los elementos ideográficos que componían su nombre. El ejemplo más conocido es el de la estatua de granito de Ramsés II niño, en la que los tres elementos que aparecen representados (el halcón solar Ra, el niño y la palma que porta éste en su mano izquierda) forman los sonidos empleados para decir el nombre “Rameses”, es decir Ramsés.
Sabemos que en la Antigüedad la escritura era enseñada a muy pocas personas en las llamadas Casas de la Vida, una especie de edificios anexos a los grandes templos que representaban una institución en sí misma, dedicada a la enseñanza del jeroglífico. En estos lugares, como si fueran una especie de universidades modernas, se aprendía el oficio de escriba encaminado principalmente a la administración pública. Este oficio fue el más codiciado dentro de la actividad laboral egipcia. Prueba de ello es la célebre Sátira de los oficios donde se elogia esta profesión en detrimento de las desventajas de los trabajos manuales que suponían otros trabajos como el de agricultor, pescador, herrero, etcétera.
El concepto de vincular la escritura con un elemento casi mágico ha sido una rasgo que jamás fue olvidado por los egipcios, ni siquiera después de que se perdiera en el siglo IV la noción total de la escritura. Cuando el descifrador de los jeroglíficos, el francés Jean François Champollion, llegó a Egipto con su expedición franco-toscana en 1828, los habitantes del Egipto de la época le recibieron y salían a su paso como si se tratara de un auténtico dios. No en vano, aquel joven francés de apenas treinta y ocho años era capaz de leer las “palabras del dios” escritas sobre las paredes hasta entonces mudas de los templos, algo que lo colocaba en un estatus especial por encima del resto de los mortales.

Textos pendientes de interpretación

A pesar de todo, los estudios filológicos relacionados con la escritura jeroglífica todavía presentan algunos problemas. La no existencia de lo que hoy llamaríamos en la Antigüedad de una “gramática”, sino que la escritura jeroglífica se basaba en una serie de normas e infinidad de excepciones, lleva a que algunos textos, si bien los menos, sean traducidos pero no comprendidos. Más complicado se hace el trabajo cuando descubrimos que hasta el reinado de Akhenatón (1350 a. C.) la lengua hablada corría por un sendero diferente ala escrita, siendo a partir de este momento cuando, al igual que sucede con cualquier lengua moderna, lo mismo que se dice es lo que se escribe.

La literatura más antigua del mundo

Los más antiguos textos de Egipto y también de la Humanidad son los llamados Textos de las Pirámides. Descubiertos en 1881 en varias pirámides de la región de Sakkara consisten en una sucesión de encantamientos y conjuros mágicos grabados en las paredes de las cámaras interiores de algunas pirámides como la de Unas, Teti, Pepi I, Merenre, Pepi II y Aba, así como en algunas pirámides de las esposas de Pepi II: Neith, Udjebten, Apuit, y más recientemente en la de Ankhnspepi, esposa de Pepi I y madre de Pepi II. Gracias a estos textos de carácter mágico e iniciático, el faraón, una vez muerto, recibía en forma de declaraciones todas las fórmulas necesarias para encontrarse en el cielo con sus dioses primigenios convirtiéndose en uno de ellos, es decir, en un ntr, “necher”. De esta manera, el “necher” retornaba al mismo lugar que un día abandonó de forma momentánea para descender a la Tierra y gobernarla, ocupando así el lugar que sus congéneres le tenían reservado en el firmamento.

© Nacho Ares 2001

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