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El sarcófago en el Egipto faraónico

Abr 2002

Publicado en Revista de Arqueología nº 252 abril 2002

La tipología tanto de los sarcófagos de piedra como de los ataúdes de madera a lo largo de la historia de Egipto sufrió variaciones lógicas. Éstas se debieron no solamente a los esperados cambios estéticos en los diferentes períodos dinásticos sino a las nuevas necesidades que iban surgiendo a medida que los egipcios eran conscientes del entorno físico del Valle del Nilo. Su importancia fue tal que con el paso del tiempo se convirtieron en punto de referencia de otras culturas del Mediterráneo Oriental. A. J. Spencer en su libro Death in Ancient Egypt (London 1983) nos acerca un recorrido brillante sobre su tipología y simbolismo, cuya base desarrollo en este artículo.

Hace casi 100.000 años el hombre del Neanderthal ya realizaba los primeros ritos funerarios haciendo uso de una sencilla ceremonia de inhumación. Con este simple ritual, el hombre no hacía más que intentar proteger el cadáver de los peligros exteriores que pudiera suponer un abandono a la intemperie, a la vez que facilitar el tránsito del difunto al Más Allá. Así, la primera salvaguardia del fallecido fue la propia tierra que se arrojaba sobre el cuerpo.
Posteriormente, el lógico desarrollo de esta manifestación cultural no se hizo esperar por lo que el cuerpo se envolvió en pieles, plantas o aquellos recursos más fáciles de conseguir, adecuándose a la economía de la familia del difunto. De esta manera, la protección era mayor que si se arrojaba el cuerpo desnudo a una fosa.
En Egipto los enterramientos de época predinástica (hacia el 3100 a. de C.) ofrecen pocas variantes en lo que se refiere a la tipología de la sepultura. Simplemente, se colocaba al difunto en posición fetal sobre su lado izquierdo, y se le acompañaba por vasos, tinajas o toda clase de herramientas que le pudieran ser de alguna utilidad en el mundo a donde se dirigía.
Es también en este período, hacia el 3000 a. de C., cuando aparecen los primeros atisbos de un envoltorio artificial para el cadáver en el antiguo Egipto. Se trataba de cestas de mimbre o cajas muy rústicas fabricadas con madera, en donde se introducía al difunto de forma un tanto forzada. Aunque propiamente dichos, desde el punto de vista tipológico, estos métodos estaban muy lejos de nuestra idea moderna de ataúd, suponen la base de una tradición religiosa de un auge artístico sin parangón en esta cultura.

Nuevos materiales y formas

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Como en tantos otros elementos de la cultura egipcia, la dependencia del artista de la cantidad de materia prima existente en el Valle del Nilo, forzaba, en muchos casos, a la elección de los materiales de trabajo menos idóneos para un fin determinado. Debido a la escasez de madera, los primeros ataúdes que encontramos están realizados a base de unir diferentes chapas con forma irregular, hasta conseguir los diferentes tablones que pudieran componer una caja del tamaño de un hombre. La escasez de este material obligo a que los artistas, a partir de la III dinastía, utilizaran la piedra para construir sarcófagos, de suerte que con el tiempo se convirtió en el material más utilizado y caro. Si a esta necesidad le unimos la creencia egipcia de que la piedra, por su resistencia, era el material óptimo para conservar todo aquello que fuera transcendental y que necesitara de una perdurabilidad garantizada en el Más Allá, no es de extrañar que en pocos años el material más usado fuera la piedra en cualquiera de sus variedades, aunque no se abandonara la madera. Los ejemplos más interesantes de las primeras dinastías los tenemos en los sarcófagos de las pirámides de Zoser, Keops y Kefrén, Unas, o Merenre.
La evolución de la tipología fue acorde con las creencias religiosas de la época, llegando a ser el sarcófago un elemento funerario con significado propio. Así, la estructura interior de la caja era la representación iconográfica del cosmos tal y como era entendido por los antiguos egipcios. Por ejemplo, en las tapas de los sarcófagos de los personajes más notables, se representaba a la diosa del cielo Nut, reconstruyendo así la cúpula celeste dentro del propio sarcófago. De igual manera, durante el Imperio Antiguo y Medio era común decorar el exterior del sarcófago, imitando un palacio, grabando sobre la piedra una puerta y un gran muro con entrantes y salientes. La tapa, con forma abombada, también dejaba entrever cierta similitud con las casas de la época, identificando así el sarcófago con la propia vivienda del difunto.

Magia para el viaje 

Con la aparición de los primeros sarcófagos de piedra se inaugura la tradición de escribir pequeños textos mágico-religiosos, con el fin de ayudar al difunto en su viaje hacia el Más Allá. Estos textos son acompañados por diferentes representaciones pictóricas de temas mitológicos, creando todo ello un estilo propio que caracterizará a los sarcófagos hasta el final de sus tiempos. Los individuos más pobres debían conformarse con adquirir un modesto cajón de piedra en donde podían escribir su nombre como único elemento identificativo.
sarcofagos03-nacho_aresDurante el Imperio Medio (hacia el 2000 a. de C.) los textos inscritos sobre las paredes de los sarcófagos adoptarán una importancia especial. En algunos casos se repetían los temas ya dibujados sobre las paredes de la tumba, en un intento de recalcar los puntos claves del tránsito del difunto. Este repertorio de textos, denominado Textos de los Sarcófagos, no era más que una versión privada de los antiguos Textos de las Pirámides, cuyas letanías fueron escritas en exclusiva para el faraón.
Junto a estos textos religiosos, era común dibujar dos ojos de Horus, wd3t («udjat»), en el lado izquierdo del sarcófago y a la altura de la cabeza. El significado de estos ojos, además del lógico servicio como amuleto protector, debía de estar conectado con la idea de crear un punto de unión entre el exterior y el interior de la caja; un lugar por donde el difunto pudiera tomar contacto con el mundo terrenal, o por donde el ka del difunto pudiera salir a disfrutar de las ofrendas dejadas en la tumba por los visitantes.
Pero, con el uso de la piedra no se abandonó la madera como elemento constructivo de estos sarcófagos. Lejos de aquellos puzles de chapas de época primitiva, se consiguen magníficos ejemplares haciendo uso de las maderas exportadas del Mediterráneo oriental, especialmente cedros de Líbano, fruto del creciente comercio con esta región.

Los primeros ataúdes

Durante el Imperio Medio surge la moda de colocar máscaras hechas de lino y una pasta similar al cartón, sobre el rostro y hombros del difunto. A partir de esta costumbre se da pie a la aparición de los primeros sarcófagos antropomorfos, ataúdes propiamente dichos, que intentaban imitar en madera el cartonaje de la momia que llevaban en su interior. Así, surgen los primeros ataúdes con forma humana, de un tamaño descomunal en la dinastía XVII, y casi siempre fabricados con madera. Al igual que los de forma prismática, estos ataúdes dispondrán de una serie de franjas, las que imitan los vendajes de la momia, para colocar textos de tipo religioso y dibujar escenas mitológicas del tránsito del difunto hacia el Más Allá. La variante más importante de estos sarcófagos antropomorfos, ya en el Imperio Nuevo, será la denominada rishi, palabra árabe que significa «pluma» y que hace alusión a las plumas de las alas de las diosas protectoras Isis y Neftis, que solían extenderse a lo largo y ancho de las tapas de estos ataúdes.
Los de tipo rishi poseen una disposición artística fija en lo que respecta a su decoración. La consabida máscara que dio origen a esta tipología funeraria, era decorada con un grueso collar de abalorios, todo ello pintado con una gran gama de colores sobre la tapa del ataúd. Bajo este aderezo era común representar un gran escarabajo alado, el dios Ra, que abría paso a la presencia de Isis y Neftis como diosas protectoras del difunto. A todo esto hay que añadir que, aún representando una máscara en la tapa del ataúd, ésta se seguía colocando sobre los hombros de la momia en el interior de la caja.
sarcofagos04-nacho_aresEl modelo rishi, fabricado más adelante también en piedra, sufre transformaciones continuas en lo que respecta a la decoración, cada vez más profusa, y a la inclusión de textos más abigarrados siempre con un claro contenido mágico relacionado con el paso del difunto a su morada de eternidad.
Ya hemos visto que la ornamentación de estos ataúdes suele ser pictórica, aunque son abundantes los modelos en donde se trabajaba de forma exquisita el dorado de la madera. Un ejemplo muy conocido lo encontramos en los dos primeros ataúdes de Tutankhamón, aunque de este faraón destaca sobremanera el tercero, de oro macizo. Estos modelos estaban incluidos unos dentro de otros, al igual que las famosas matrioskas, y todo el conjunto, a su vez, dentro de una sarcófago rectangular de cuarcita amarilla, construido al más puro estilo amarniano: una cornisa saliente en la parte superior y las cuatro diosas Isis, Neftis, Selkis y Neith, protegiendo con sus alas las cuatro esquinas de la caja.

El estilo del Imperio Nuevo y saíta

sarcofagos05-nacho_aresSin embargo, en líneas generales, el sarcófago real del Imperio Nuevo (hacia el 1500 a. de C.) se caracteriza por tener forma rectangular, imitando en su tipología a los más antiguos ejemplos del Imperio Medio. Los ejemplos conservados en el Valle de los Reyes, especialmente los sarcófagos de la XVIII dinastía con los Tutmosis y los Amenofis, tienen forma de cartucho jeroglífico, sobre el cual se escribían los textos religiosos de una forma muy austera, apenas acompañados por cinco figuras de dioses.
El tipo de ataúd antropomorfo se extiende a lo largo de los siglos hasta el final del mundo faraónico, con la conquista de Alejandro en el 332 a. de C. Durante este dilatado espacio de tiempo se desarrolla la Baja Época, y dentro de ésta, el período denominado saíta, con una tipología muy especial de sarcófagos antropomorfos.
Los ataúdes de la dinastía saíta son claramente diferenciables de sus compañeros de épocas anteriores al ofrecer un aspecto mucho más robusto y rechoncho, al más puro estilo de Botero. Si en los primeros sarcófagos antropomorfos, lo que predominaba era una forma humana de paredes paralelas formando un rectángulo en la caja, en los de la nueva moda apreciamos un estrechamiento de las paredes según descendemos hacia los pies. Este tipo, más anatómico que los modelos precedentes, conserva en un principio las normas relativas a la decoración de la tapa y de la caja en sí, con la particularidad de que, siendo una época de crisis, los poseedores de estos sarcófagos se hacen inscribir fórmulas y textos, en apariencia, exclusivos de los faraones de las primeras dinastías, con el fin de recuperar viejas tradiciones, supuestamente más valiosas que las contemporáneas. Así, estos sarcófagos muestran características típicos de épocas anteriores como la peluca que decora la máscara, claramente comparable a las existentes en el Imperio Medio, gigantescas orejas, o las manos, única parte del cuerpo grabada sobre la tapa, portando en ocasiones los símbolos djed y tyet, destinados al culto de Osiris e Isis respectivamente.
También, aparece en este período una variante llamada por los arqueólogos semiantropomorfa. Este tipo se caracteriza por haber perdido en su totalidad el grabado de alguna parte de la anatomía humana sobre la tapa del sarcófago, conservando únicamente la silueta humana en la forma de la caja.
El material con que se construyen los sarcófagos de época saíta es primordialmente la piedra, sobre todo la caliza y el esquisto, aunque los más celebres son los construidos en basalto, piedra de color muy oscuro que dotaba a la figura representada de una pátina brillante.

Difusión del sarcófago egipcio

La invasión de Egipto en estos años de los persas fue acompañada por una pequeña ayuda de algunos pueblos de la franja sirio-palestina. Entre ellos marchaban los fenicios, dirigidos por el rey Tabnit quien, en el siglo VI a. de C., decide hacerse con uno de los bellos sarcófagos de esta época que tan en boga estaban en el valle del Nilo. El éxito de este ataúd entre los reyes y nobles fenicios, especialmente en Sidón y Biblos, provocó el despegue de la importación de este tipo de sarcófagos desde Egipto hasta las ciudades más importantes del Mediterráneo oriental. En pocos años, y gracias al profuso comercio de los fenicios por todo el Mediterráneo, el sarcófago antropomorfo rebasó las fronteras naturales de Egipto, llegando la moda a otras civilizaciones antiguas. Podemos encontrar buenos ejemplos en el sur de España, especialmente en los sarcófagos fenicios de Cádiz.
Aunque se encuentren fuera del mundo faraónico, no debemos olvidar la gran profusión de sarcófagos y ataúdes conservados de época ptolemaica y romana. En este largo período de tiempo continúa abundando, sobremanera, la forma antropomorfa con las lógicas características tipológicas egipcias influidas por el mundo helenístico y romano. Aunque lo más común es construir los sarcófagos en piedra, -esquisto, basalto, caliza, etc.- no debemos pasar por alto los famosos ataúdes del período grecorromano de El Fayum. Realizados en madera, resalta la sustitución de la máscara mortuoria, la cual dio origen a la forma antropomorfa, por una pintura del rostro del difunto sobre la caja, al más puro estilo helenístico.
Con el paso del tiempo muchas personas solamente se enterraban cubriendo su momia simplemente con un cartonaje. Dependiendo de la riqueza de cada familia estos cartonajes eran más o menos opulento. Quizás resulte fácil hacerse una idea de este tipo de trabajos gracias a los hallazgos realizados en los últimos años en el oasis de Bahariya. Allí han sido rescatadas varias momias de entre los siglos I y IV d. de C. cuyos cartonajes estaban cubiertos de oro. Una prueba más de la riqueza y variedad de las formas de enterramiento en el antiguo Egipto.

© Nacho Ares 2002

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