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«Aparecidos» en el antiguo Egipto

Sep 2014

Publicado en Fantasmas, aparecidos y muertos sin descanso (Madrid, Abada Editores, 2014); actas de las II jornadas que con el nombre de «Aparecidos y muertos sin descanso», se llevaron a cabo en la Universidad Complutense de Madrid en 2011.

El mundo faraónico, cuya civilización se desarrolló en el Valle del Nilo desde finales del Tercer Milenio antes de nuestra era, hasta prácticamente los primeros siglos después de Cristo, ha llegado hasta nosotros gracias, en gran parte, a su legado funerario. Las condiciones geográficas y climáticas, un ambiente cálido y seco, han permitido que disfrutemos de numerosos ajuares sepulcrales. Éstos nos permiten reconstruir la vida de los antiguos egipcios del mismo modo que nos ayudan a recrear cómo eran sus creencias religiosas y sus inquietudes más transcendentales sobre lo que les esperaba después de la muerte.
La extraordinaria y abrumadora presencia de ataúdes, momias, figuras funerarias, textos religiosos de corte funerario como el Libro de la Salida al día, más conocido como el Libro de los Muertos, han construido en el inconsciente colectivo moderno una idea errónea de la civilización egipcia. En absoluto debemos entender que eran exageradamente celosos en lo concerniente a la muerte. La presencia de materiales más relacionados con el mundo funerario que con la vida diaria se debe únicamente a que hasta nosotros han llegado, como decía más arriba, numerosas tumbas o templos funerarios. Por el contrario, son relativamente escasos, aunque no inexistentes, los yacimientos que nos permiten conocer cómo eran las ciudades o incluso las viviendas en donde desarrollaban sus labores cotidianas.
A pesar de la idea que podamos tener desde el exterior, la muerte no era para los antiguos egipcios algo a lo que se enfrentaran voluntariamente y con alegría. Es más, son muy populares los denominados Cantos de Arpista, en donde de una manera desenfadada se alababan los placeres mundanos a sabiendas de la incertidumbre de lo que podía suceder una vez cruzado el desconocido umbral de la muerte.
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Este tipo de textos ya nos adelantan un elemento clave en el tema que aquí nos reúne: los antiguos egipcios no tenían muy claro que los muertos regresaran desde el Más Allá. Las razones, como explicaremos más adelante, pueden deberse al ímpetu que manifestaban en hacer llevadero el tránsito al muerto con el único propósito de alcanzar el éxito en el objetivo marcado por sus creencias.
Cuando el egipcio fallecía, su familia llevaba su cuerpo a los embalsamadores. Tras los días de proceso y ritual, se devolvía a la familia y solamente quedaba llevarlo a su morada de eternidad, la tumba. En la puerta del sepulcro, la familia realizaba el último gran ritual: la apertura de la boca. Gracias a este proceso mágico, la momia recuperaba sus cinco sentidos para la vida eterna.
El interior de la tumba estaba decorado con escenas que reflejaban los mejores momentos de la vida del difunto, su asistencia al salón de Faraón si se trataba de un personaje nobiliario, la administración de las fincas, su peregrinación anual al templo de Isis, el viaje a Abydos para encontrarse con Osiris, etcétera. La plasmación en pinturas o relieves de estas escenas hacía que por medio de la magia cobraran vida y fueran reales eternamente.
Además, la familia ya se había encargado de antemano de que el cuerpo del difunto estuviera surtido de todos los amuletos y textos necesarios para comenzar el increíble viaje que estaba a punto de realizar. Además, el sepulcro estaba repleto de numerosos objetos empleados por el difunto durante la vida y que, según sus creencias, seguramente iba a tener que seguir usando en su vida en el Más Allá.
Por lo tanto, la abrumadora mayoría de objetos funerarios no debe hacernos pensar en una cultura obsesionada por la muerte. Los egipcios amaban la vida y así nos lo han hecho saber a través de repertorios de textos en su literatura, así como las escenas de banquetes, fiestas y hasta escenas humorísticas que han llegado hasta nosotros.
No obstante, por el tema que aquí tratamos, el mundo funerario y los contactos que pudieron haber tenido con «los que quedaron entre dos mundos», esa información funeraria nos es muy valiosa.
Ahora bien, los antiguos egipcios no contaban con un esquema mental, con los arquetipos o con los ideales con que contamos nosotros. Y ése es precisamente el primer paso que debemos dar para adentrarnos a comprender su mundo funerario. Ellos pensaban de una manera completamente diferente a como nosotros lo hacemos, por lo que es erróneo hablar de apariciones, fantasmas o espectros en una civilización que, como tales, no creían en ellos.
Como sucede con todas las culturas de la Antigüedad, la muerte era algo cotidiano; algo muy cercano a las personas, casi tangible, que se presentaba a diario y que normalmente nunca avisaba de su llegada.
La necesidad de encontrar respuestas que satisficieran la eterna pregunta que desde los principios de la Historia ha traumatizado al hombre, ¿qué hay después de la muerte?, propició la creación de paisajes, mitos y creencias sobre aquel extraño mundo al que de forma irremediable todos nos sentimos avocados al final de nuestros días. Lógicamente este nuevo mundo, el del Más Allá, debía de ser lo más parecido al que se tenía en vida. El único que conocían. Por lo tanto, nadie podía imaginar una vida eterna en un paraíso o Más Allá, en el que no hubiera un gran río por el que navegar, unas tierras de cultivo con varias cosechas al año o en el que el sol saliera por el horizonte todos los días. El concepto cíclico de la creación, el que el mundo se creara todos los días y que la historia no fuera algo lineal desarrollado en una línea de tiempo con un principio y un fin, ayudaba a respaldar estas creencias.

Los «espíritus» de los antiguos egipcios

La aparición de entidades que nosotros podríamos identificar con nuestros fantasmas o espectros, se pueden entender dentro de un marco muy concreto de la religión egipcia. Para ellos, el cuerpo estaba formado principalmente por tres componentes, el ka, el akh y el ba. El primero de ellos estaba identificado con una suerte de doble espiritual o energía vital que vivía dentro del cuerpo físico. También era el soporte energético que lo hacía vivir. Se le solía representar sobre las paredes de las tumbas como una especiefantasmas03_nacho-ares de silueta o sombra de color negro. En algunos casos los ataúdes llegados hasta nosotros ofrecen imágenes de seres alados, posiblemente identificables con el ka del difunto. Algunas tumbas son más explícitas en su descripción y describen sobre sus paredes al ka del difunto como una sombra negra que entra en la morada de eternidad, la tumba, acompañando a su dueño. Así lo vemos en la tumba de Irinefer, en Deir el-Medina (TT290). Sobre el fondo amarillo de este hipogeo de época ramésida de la XIX dinastía (ca. 1000 a. de C.) nos encontramos con una silueta negra enmarcada por una puerta blanca, el ka del Sirviente en el Lugar de la Verdad, en el oeste de Tebas, Irinefer, junto a la entrada de la tumba.
El segundo de estos componentes, el akh, era un concepto mucho más complicado. Podría definirse de manera muy ambigua como una fuerza espiritual de carácter sobrenatural. Se representaba con el pájaro ibis, la misma ave que fue la contrapartida del dios de la sabiduría y de las letras, Thot, también identificado por los antiguos egipcios con el babuino.
Finalmente, como tercer elemento trascendental que da cuerpo y fuerza a la identidad individual de la persona está el ba. Su iconografía es mucho más frecuente. Aparece en escenas sobre ataúdes, en las paredes de las tumbas e incluso en algunos amuletos. Podría definirse como el elemento más parecido, lógicamente, salvando todas las distancias, a lo que nosotros hoy denominamos alma. Durante la tradición faraónica solía representarse como un pájaro con cabeza humana que abandonaba el cuerpo por la boca del difunto en el momento de su muerte. Más tarde también fue representado de una forma más esquemática como una simple cabeza con dos alas.
Estos tres elementos, junto al propio nombre del individuo, eran los pilares sobre los que se construía su existencia terrenal. Su salvaguarda garantizaba la resurrección del fallecido y la vida eterna en el reino de Osiris. Una vez muerto, sus «fantasmas» emprendían un viaje al Más Allá. De existir algún problema, podían quedar en este plano protagonizando casos con ciertas semejanzas a nuestros tradicionales fantasmas.

Los «aparecidos»

La tradición neogótica anglosajona del siglo XIX nos ha hecho ver en las momias egipcias un elemento terrorífico; una aparición fantasmal de un individuo del antiguo Egipto. Sin embargo, los habitantes del Valle del Nilo no temían a las momias sino a la fuerza que las hacía revivir.
El ka del difunto podía cobrar vida manifestándose en diferentes soportes físicos. Uno de ellos era la momia, pero también lo podía hacer en una estatua, en una maqueta, en las pinturas de las paredes de la tumba, etc. Precisamente, la complejidad del pensamiento egipcio en este sentido no nos facilita la comprensión de la aparente contradicción que supone que una fuerza transcendental como el ka se pueda manifestar en varios soportes al mismo tiempo.
Desde el Reino Antiguo (2686-2181 a. de C.), las mastabas contaban con una cámara sepulcral en la que se depositaba el sarcófago del difunto y a la que nadie tenía acceso. Otras partes de la tumba estaban abiertas a los familiares para poder depositar en ellas las ofrendas alimenticias que el fallecido pudiera requerir en el Más Allá. Así contamos con las llamadas puertas falsas, una puerta esculpida en la pared de la tumba ante la cual se dejaba una mesa de ofrendas y que servía de punto de conexión entre este mundo y el reino de Osiris. Precisamente a través de esta puerta mágica, el difunto podía comunicarse con sus familiares y salir a recoger las ofrendas que éstos le trajeran a su morada de eternidad.
No hay constancia de que estas visitas fueran reales, es decir, que los familiares fueran testigos directos de la aparición del muerto. Todo el proceso del ritual se reducía a un simple gesto con el que la tradición perpetuaba la memoria del difunto. Su ka salía de forma invisible a recoger la esencia de los alimentos y regresaba al Inframundo una vez satisfechas sus necesidades.
En esta misma línea, de una cosa podemos estar seguros. Al igual que nosotros, los antiguos egipcios sabían que absolutamente nadie había regresado del mundo de los muertos. Quizá por ello contaban con tantas inquietudes al respecto.
Conservamos un texto, podríamos decir un verdadero unicum, en donde un marido llama la atención de su esposa ya fallecida, Ankhiry, a cuyo espíritu acusa de los problemas que está sufriendo desde que ella no está.
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Este es el texto escrito sobre el papiro: “Al excelente espíritu de Ankhiry: ¿Qué crimen cometí contra ti para haber llegado a esta miserable situación en la que me encuentro? ¿Qué es lo que te he hecho? Lo que tú has hecho es poner la mano sobre mí, aunque yo no había cometido crimen alguno contra ti. Desde que yo vivía como marido contigo hasta el día de hoy ¿qué hice contra ti que hubiera tenido que ocultar? ¿Qué es (lo que hice) contra ti? Lo que has hecho es que yo tenga que presentar esta acusación contra ti. ¿Qué es lo que te he hecho? Voy a presentar un litigio contra ti con palabras de mi boca ante la Enéada de Dioses que está en Occidente, y se decidirá entre tú y yo (por medio de) este escrito… ¿Qué es lo que te he hecho? Te hice mujer (casada) cuando yo (aún) era joven, y estuve contigo mientras ocupaba todo tipo de cargos. Estuve contigo y no te alejé. No permití que tu corazón sufriera. Y lo hice cuando era joven y ocupaba todo tipo de cargos importantes para el Faraón, Vida, Prosperidad y Salud. Y no te aparté diciendo: ‘Ella ha estado (siempre) con(migo)’ -así hablé yo. Y (respecto a) cualquiera que llegara a mí en tu presencia, no lo recibía por atención a ti, diciendo: ‘Actuaré de acuerdo con tu deseo.’ Y ahora, mira, no permites que mi corazón se reconforte. Seré juzgado contigo, y se discernirá la maldad de la justicia.
Mira, cuando adiestraba a los oficiales para el ejército del Faraón, Vida, Prosperidad y Salud, y su caballería, (hice) que ellos vinieran y se tendieran sobre sus vientres ante ti, trayendo todo tipo de buenas cosas, para depositarlas ante ti. Nada oculté de ti en tu día de vida. No permití que sufrieras dolor alguno de cualquier cosa que yo hubiera hecho contigo a la manera de un señor. Ni me encontraste desatendiéndote (?) a la manera de un campesino que entra en una casa extraña. No permití que hombre alguno pudiera echarme en cara algo que yo hubiese hecho contigo. Y cuando me colocaron en el puesto en el que (ahora) estoy, fui incapaz de marchar, según mi costumbre (?), y llegué a hacer lo que uno como yo hace cuando está en el hogar, (respecto a) tus ungüentos, tus provisiones igualmente, y también tus ropas; y te fueron traídos; no los puse en otro sitio diciendo: ‘La mujer está aquí’ – así hablé yo. Además, no te descuidé.
Pero, mira, no aprecias el bien que hice contigo. Envío (el mensaje) para hacer que conozcas lo que estás provocando. Cuando enfermaste del mal que tuviste, yo (hice que viniera) un médico que te trató, y él hizo todo aquello de lo que tú le dijiste: ‘Hazlo’. Y cuando acompañé al Faraón hacia el sur y llegó a ser en ti esta condición, pasé el total de ocho meses sin comer ni beber como es uso de la gente. Y cuando llegué a Menfis, solicité (dejar) al faraón, y (corrí) al (lugar) en que tú estabas. Lloré tremendamente junto con mi gente en presencia de mi barrio. Proporcioné ropas de lino para ataviarte; hice que se fabricaran muchos vestidos, y no dejé que ninguna cosa buena no fuese hecha para ti. Pero no distingues el bien del mal. Se decidirá entre tú y yo. Mira, las hermanas de la casa, no he entrado en ninguna de ellas” (Traducción al español tomada de Serrano Delgado, J. M., Textos para la Historia Antigua de Egipto (Madrid 1993) 252-253.).
El llamado Papyrus Leiden AMS 64 (cat. Leemans I 371) mide apenas 35,5 por 19,5 cm y se conserva en el Rijksmuseum Van Oudheden de Leiden. Se trata de un claro ejemplo de contacto con una entidad fantasmal. Su tipología entra dentro de las llamadas Cartas a los Muertos, un tipo de literatura epistolar en la que una persona pide al espíritu de un difunto ayuda para algo en contraprestación a las ofrendas que se dejan en la tumba. Se conocen apenas quince ejemplos desde el Reino Antiguo (2686-2181 a. de C.) hasta finales del Reino Nuevo (1550-1069 a. de C). Las cartas se escribían sobre cerámica, papiro o tejidos de lino y siempre presentan el mismo esquema. Hay que pensar que una de las cualidades que adquiere el difunto al cruzar el umbral de la muerte y pasar el tribunal de Osiris, es convertirse en Justo de Voz, mAa xrw. Esta cualidad, cuasi divina, hacía que el difunto pudiera ser el receptor de peticiones que en condiciones normales se deberían hacer a una divinidad. De ahí también la fuerza que el esposo de Ankhiry ve en las malas acciones de su esposa, realizadas desde el Más Allá y que solamente ve factible reducir por medio de una acusación y amenaza de llevarla ante el tribunal de los dioses.
Lo curioso del texto que reproducimos aquí, en el que no se llega a especificar realmente la naturaleza de la protesta, radica en que lo que el marido parece dar a entender es la presencia física, una entidad dañina, que él identifica con su esposa. Si fuera así, podríamos estar hablando de uno de los primeros «fantasmas», en el sentido más neogótico del término, de la Historia.
El papiro apareció doblado y atado a una figura de pequeño tamaño de madera que representaba a la difunta (?), Ankhiry, conservada junto al documento hoy en Leiden. Desgraciadamente, la pieza se compró en el siglo XIX descontextualizada desde el punto de vista arqueológico. Se fecha a finales de la XIX dinastía (ca. 1185 a. de C.) gracias al estudio de sus jeroglíficos (neoegipcio), señalando también que muy posiblemente apareció en la región de Sakkara.

Donde viven los muertos

El de Ankhiry es un caso completamente anómalo. Es su marido quien la acusa de ser la causante de sus desgracias. El texto no especifica si se trata de una aparición tal y como nosotros la entenderíamos, pero abre la puerta a esa posibilidad. No obstante, podría, haber elementos que así lo probaran y que generaran el malestar en el esposo.
Se nos escapa a nuestro conocimiento del caso y de la situación, pero por una razón desconocida, Ankhiry no ha conseguido dar el paso definitivo y adentrarse en el mundo del Más Allá, sino que, en el entender de su esposo, ha permanecido en un plano cercano al nuestro.
Hasta alcanzar los Campos de Ialu, Rostau, el difunto debía de superar varios contratiempos en un interminable camino iniciático con senderos intransitables y cenagosos, pozos de fuego, corrientes de agua hirviente; sorteando, en definitiva, toda clase de obstáculos que le impedían el paso hasta conseguir su meta.
Bien entrado el Reino Nuevo, el repertorio de fórmulas mágicas se complicó sobremanera. Los Textos de las Pirámides (ca. 2400 a. de C.) y los Textos de los Sarcófagos (ca. 2000 a. de C.), casi exclusivos de los reyes, estaban prácticamente olvidados. La “democratización” de la muerte hizo que muchas personas pudieran contar con toda clase de ventajas para poder tramitar con éxito su viaje al Más Allá. Así, nacen otros repertorios de fórmulas como el ya mencionado Libro de la salida al día, y se complican aún otros como el Libro del Amduat, el Libro de las Puertas, el Libro de las Cavernas, el Libro de la Respiración, etcétera, hasta sumar casi una veintena de textos diferentes.
De los mencionados, uno de los más importantes es el denominado Libro del Amduat. En él se describe con minuciosidad el itinerario del sol a través de las doce horas de la noche, cada una correspondiente a una de las doce partes en las que se dividía el Inframundo.
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Sin embargo, la gran mayoría no pertenecía a las clases más elevadas, por lo que su tránsito por el Inframundo iba a ser substancialmente diferente. A pesar de todo, la meta era idéntica. El Libro de la salida al día es, sin duda, el medio más popular para alcanzarla. En él, a lo largo de casi ciento noventa declaraciones, letanías o sentencias, se recogen las fórmulas y oraciones que el difunto debía manifestar para superar con éxito las numerosas trabas que se le presentaban en el camino.
Este texto es una alusión clara a la verdadera finalidad que perseguían estas fórmulas mágicas: la protección y el aprovisionamiento del difunto para no volver nunca al mundo terrenal, es decir, no ser un fantasma que caminara perdido y descontrolado.
La declaración más conocida es la CXXV, la psicostasia. Este término deriva del griego y viene a reflejar la idea de pesaje del alma, o lucha del alma por superar una prueba. Se trata de la culminación de esta especie de camino iniciático. De ser favorable podría conseguir el paso hacia los Campos de Ialu. Tras entrar en el gran salón de Osiris el difunto encontraba una gran balanza de oro, la misma que iba a utilizar Anubis para pesar su corazón. Junto a ella estaba Thot, el dios con cabeza de ibis, preparado para tomar nota del resultado del pesaje. No lejos de la balanza gruñía una extraña bestia, el Devorador. Se trataba de un monstruoso ser híbrido compuesto por cabeza de cocodrilo, cuerpo de león y patas de hipopótamo. Él sería el encargado de dar buena cuenta de quien no pasara la prueba de la balanza. Al fondo del salón, bajo un rico baldaquino, estaba el dios Osiris, juez supremo y divinidad de la muerte. Acompañado de su esposa Isis y de la hermana de ésta Nephtys, Osiris seguía atentamente el proceso. Junto a él esperaba su hijo Horus, encargado de tramitar entre el difunto y su padre.
Una de las lecturas consistía en la famosa confesión negativa por la cual se declamaba ante los cuarenta y dos jueces de Egipto. El dictamen recogía en esencia el no haber realizado en vida ninguno de los cuarenta y dos pecados capitales que podrían comprometerle a lo largo del juicio. Seguidamente tenía lugar el momento más importante de la ceremonia: el pesaje de su corazón.
El encargado de realizarla era el dios Anubis. En uno de los platillos colocaba el corazón de la momia, representado por uno de los amuletos que se le adjuntaban en el ritual de embalsamamiento y que tenía forma de tinaja. En el otro plato depositaba la pluma de cola de avestruz, símbolo por antonomasia de la diosa Maat, la divinidad del orden cósmico universal y de la justicia. Anubis se retiraba y observaba atentamente el movimiento de la balanza. Tras un pequeño vaivén los platos quedaban equilibrados: era Justo de Voz, es decir, poseía un buen corazón ya que su peso no era superior al de la pluma de Maat.
Thot tomaba nota de lo ocurrido y se lo notificaba a Horus. Éste se acercaba a su padre Osiris, comunicándole el resultado del pesaje del corazón. Entonces, Osiris permitía el paso de su momia hasta su reino de los muertos, los Campos de Ialu.

Conclusión

La evolución y la entidad de las creencias relacionadas con los aparecidos ha caminado de manera muy diferente a como lo veían en época faraónica. Hoy la religión musulmana ve en los antiguos monumentos el lugar de aparición de espíritus, djinas o afrit, peligrosos custodios de los antiguos lugares capaces de lanzar una maldición sobre todo aquel que ose acercarse a sus tesoros. Sin embargo, en el antiguo Egipto las apariciones no existían como tales. El temor reposaba en las entidades espirituales del difunto y especialmente en el poder sobrenatural con que contaban y la fuerza que pudieran tener para dañar al vivo.

El concepto de aparecidos, entidades que permanecieron entre dos mundos, no existe en el mundo faraónico, al menos tal y como lo entendemos en la actualidad; un arquetipo que seguramente hunde sus raíces en el mundo clásico y que se desarrolla y madura en la Europa occidental del siglo XIX.

© Nacho Ares 2014

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